22 abril, 2009

Diario de Alfons, 22 de abril 2009

Las viejas siempre son puestas detrás de las jóvenes. Para alcanzar el cansancio y desencanto hay que saborear el lado dulce, los senos redondos y los coños cerrados. Cuando los huesos nos abandonen tendremos suficiente vergüenza para no querer vernos frente al espejo otra vez.

El pasaje que los viejos clientes bautizaron como el Jirón de la Unión esta vacío. Las ancianas se retiran la truza de la raya del culo mientras pisan el papel higiénico, lleno de alguna extraña suciedad, tirado en el suelo. Lejos, cerca de allí, en el otro pasillo, los jóvenes y los viejos disfrutan de la carne femenina que crece cada segundo, pero nunca suficientemente rápido para llegar a ser honesta. Las viejas ya no tienen resentimiento, solo cansancio y sensatez; pero aquella sensatez es ignorada por el hombre nuevo.

Un padre instruye a su hijo antes de que este sea arrastrado por una voluptuosa selvática a la habitación número nueve. El chico quiere saber cómo se llama y ella inventa. Cielo. El niño le cree, necesita un nombre. Trata de olerla, pero solo alcanza el olor a sudor y del humo del cigarrillo de algún otro cliente. Pregunta por sus estudios, por su familia, por su silencio, pero solo encuentra a una mujer desnuda sobre una cáma húmeda, frotando impúbicamente sus bellos púdicos. Sabe que su padre lo espera afuera, junto a algunos años más.

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