18 mayo, 2009

Diario de Alfons, 18 de mayo 2009

A veces nos llevamos recortes a casa. Rostros que nos son imposible poseer, respetando la distancia que hay entre nuestras carnes. El amor, al fin y al cabo, no es más que un malentendido, un consenso, una aberración; ¿acaso no es que ya lo he dicho antes? Cuando un nombre nos es imposible de repetir es cuando hacemos uso de la palabra niña o mujer. Poco a poco la mujer se vuelve elemento simple de la femineidad y ellas terminan siendo para nosotros solamente nuestra diferencia, aquella diferencia que nos hace hombres, siempre solitarios.

A veces llevamos recortes de rostros a casa. Cogemos con diligencia las piezas y las pegamos sobre un papel, y solo en ese entonces nos gustaría ser pegajosos. Solo en ese entonces nos gustaría transgredir el sustantivo con el simple adjetivo para luego no entender nada, pero así lograr evitar el llanto. Y hay cuadernos enteros de mosaicos dibujándote, uniéndote, idealizándote, solo para que llegado el día tu nombre sea irrepetible y tú lapida luzca vacía a fuerza de no repetir ya lo dicho. Hay veces que verte en la calle en el cuerpo de una niña y entender así la distancia (y el miedo a la cárcel) lo hace todo más fácil, siempre mirando, de lejos, sin llegar a tener. Solo se ama aquello de lo que se carece; ¿es que acaso ya no lo he dicho antes?

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